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Zoltán Kiss Tamás
La literatura española durante la época de Franco y la diversidad de la(s) identidad(es) tanto en la Periferia como en el Centro
Parece una tarea fácil aplicar el continuum P(eriferia)+C(entro) a la España de los últimos sesenta años: los conceptos como franquismo o posguerra siguen siendo válidos hoy en día y se trata de un período cuya historia socio-cultural puede caracterizarse por unas estructuras políticas relativamente homogéneas. La consecuencia de ello, son las limitadas posibilidades en cuanto discursividad, retórica y estética del cuestionamiento literario-artístico que acotan rotundamente aquellos 39 años que pasaron bajo el signo de la dictadura del Caudillo y Generalísimo Francisco Franco Bahamonde (1892).
Es indudable que la teoría del centro y periferia, acuñada y difundida por el economista Immanuel Wallerstein, gozaba de gran popularidad hasta en la historiografía de corte marxista, gracias a su presunto carácter dialéctico. Se trata, pues, de cómo el grado de la acumulación del capital y la intensidad de la capitalización crearon los centros económicos de Europa a partir de la segunda mitad del siglo 16, frente a los países de la periferia que quedaron fuera de este tipo de desarrollo económico. A partir de un modo muy distinto de ver la historia fue utilizada la noción por Jenõ Szûcs[1], probablemente por su aplicabilidad de ésta a un modelo que se fundamenta en la categoría del continuum. A finales de los años setenta, el medievalista húngaro elaboró un modelo ternario del continente europeo, indudablemente inspirado en la visión, conciencia y retórica bipolares del mundo que estaba en plena guerra fría. Se trataba de una estructura que por aquel entonces pareció definitivamente inalterable. Sin embargo, la historiografía más moderna y los estudios sobre la etnicidad, la cultura y la identidad étnico-nacional se han dado cuenta del dinamismo ilusorio del concepto centro/periferia a la hora de detectar su carácter estático, determinista, pesimista, además de ser políticamente incorrecto. Las epistemes de postmodernismo y poscolonialismo han llegado a calificar el uso de oposiciones binarias como desarrollado/subdesarrollado, Norte/Sur o Este/Oeste, etc. de ilegítimas[2].
Analizando las corrientes literarias de España se nos muestra con cada vez más claridad que pese a una política cultural que al comienzo utiliza medidas abiertamente administrativas (censura), se está desarrollanado una historia literaria muy distinta a la de los países en la órbita soviética. En la Península Ibérica no se rompe totalmente la continuidad del discurso literario, a pesar del gran número de autores exiliados o prohibidos. No olvidemos que hay muchos escritores de ideología conservadora o moderadamente liberal quienes no se marchan y poco a poco van encontrando su forma de ser como creadores. Por otro lado, es de notar que tanto las epopeyas sobre el triunfo falangista como el esquematismo proclamador de la espiritualidad nacionalcatólica (primordialmente en el arte cinematográfico) van desapareciendo de la vida cultural en unos 5 años. Desde mediados de los cincuenta se restituyen en cierta medida los contactos entre la literatura „casera” y la exiliada. Con la excepción de la lírica, España desarrolla su propio canon literario que da cabida a lo grotesco, al drama simbólico-poético, así como a la narrativa heredada de la tradición finisecular. No obstante, el discurso prevalente es un realismo socialmente comprometido de tono crítico frente al régimen (junto con su modernidad peculiar), una expresividad que poco a poco se convierte en una estética cada vez más politizada. Por supuesto, esta diversidad artística se robustece más entre 1968 y 1975, durante el período llamado pretransición.
Después de la Guerra Civil es el existencialismo el que parece ofrecer cierto enfoque para dar respuestas referentes a las decisiones individuales o a la libertad de estas decisiones tomadas por el sujeto que vive con estrecheces y entre condiciones asfixiantes. Camilo José Cela (1916), premio Nobel de 1989, es una de las figuras intelectuales más complejas y contradictorias de la segunda mitad del siglo 20. En 1942, a sus 27 años publica su novela La familia de Pascual Duarte que le asegura un lugar privilegiado en la vida literaria durante más de medio siglo. Esta obra mezcla con mucha originalidad el discurso picaresco, existencialista y neorrealista. Debido a su significado y expresividad artística, la obra fue frecuentemente equiparada con El extranjero (L'Étranger 1942), novela clave de Albert Camus que se publicó en el mismo año. La interpretación del libro de Cela (prohibido al poco tiempo de su publicación) deja tras de sí todo un conjunto de ambivalencias y preguntas abiertas: ¿Cuáles son las condiciones socioeconómicas que transforman a un ser humano en una bestia fiera? ¿Por qué la gente que vive en la periferia de la sociedad considera la violencia la única salida de sus males, etc.?
El narrador autodiegético de La familia de Pascual Duarte manifiesta el punto de vista de un enorme número de sujetos socialmente marginados y totalmente desesperados – ubicados en un tiempo universal (pero de todas formas antes de la Guerra Civil). Siendo la situación socioeconómica mucho peor que antes de la guerra, se preguntaba ¿qué estrategias interpretativas eligirá la oficialidad sociocultural para valorar y evaluar las técnicas de representación de Cela y de otros creadores que se sirven de semejantes recursos literarios? Como categoría o rotulación cultural se inventa el término tremendismo con la intención de designar la representación artística de lo tremendo, horrible, cruel, brutal y que depende de la responsabilidad de la escritura (o del escritor, si se quiere) a la hora de mostrar la realidad de una forma anómala y desfigurada.
Sería una simplificación interpretar el lenguaje novelesco cada vez más hermético, experimental o solamente complicado de los sesenta y setenta a partir de la modernización de la sociedad española, una paulatina „europeización” de las costumbres de consumo o la debilitación de una censura cruel y burocrática. Así como sería demasiado mecánico explicar todo el proceso de una diversificación artística como consecuencia cultural del anquilosamiento y senilidad de la estructura del poder junto con su dictador envejecido. No obstante, tampoco puede negarse que en la literatura sí hay intentos de enfrentarse con la permanente crisis de legitimidad en la que el régimen franquista está y se siente estar. Curiosamente, la escritura de esta materia (evidentemente sin tematizarla directamente) ora se dirige abiertamente contra los mecanismos autoritarios, ora le da al régimen cierta ayuda de carácter político. Lo que sucede en la prosa narrativa después del 20 de noviembre de 1975 se suele denominar como la novelística de la transición, un proceso literario cuyo comienzo tal vez puede señalar la famosa novela de Eduardo Mendoza titulada La verdad en el caso Savolta (1943). Se trata de una obra que la crítica preocupada por las letras de la época posfranquista no sin razón, califica de una novela posmoderna.
Para los lectores húngaros es ineludible hacer la pregunta ¿en qué medida está presente la influencia de los coetáneos hispanoamericanos en España si se sabe que varios de los mejores autores del subcontinente americano tenían beneficiosos contratos con editoriales españolas? Una repuesta de improviso sería que hasta 1980 apenas se pueden encontrar influencias intertextuales directas. Ya que el éxito de la narrativa del boom hispanoamericano (que, gracias a un acierto terminológico del profesor László Scholz, acaba de rebautizarse en húngaro con el nombre újpróza) también fue muy importante desde el punto de vista comercial, la censura franquista no se mostraba tan intransigente con estos textos como con los de las obras de autores de nacionalidad española. Con respecto a las novelas de García Márquez o Vargas Llosa etc., la crítica de la oficialidad del régimen simplemente utiliza rótulos como „groseras” o „narratológicamente insignificantes”. Son unas cuantas huellas filológicas de la recepción de Cortázar que sí pueden encontrarse en textos nacidos a principios de los setenta. Sin embargo, es indudable que en la atmósfera cada vez más libre de la „pretransición”, los autores españoles son lectores más atentos de las literaturas de Europa Occidental y los Estados Unidos.
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Con mucha frecuencia aparecen los aspectos existenciales tanto en los textos de los autores „consolidados” como en los de los escritores noveles. Dámaso Alonso, miembro del grupo o generación del 27 provoca una especie de revolución silenciosa con su tomo Hijos de la ira (1944), una revolución dentro y fuera de la poesía. Tampoco opta por el exilio Vicente Aleixandre (premio Nobel de 1977) quien publica su ciclo de poemas escritos entre 1939 y 1943 en el mismo año. Pese a las diferencias formales, estamos ante una muy semejante construcción del significado como en los versos de Dámaso. Tras abandonar el surrealismo como los dos poetas anteriores, es en este mismo período cuando Blas de Otero vincula la intrepretación existencial con una profunda búsqueda de Dios. Sin embargo, Otero se está moviendo en un horizonte que para una lectura de nuestro tiempo no puede ser independiente de las influencias del existencialismo francés.
En los años cincuenta predomina la lírica socialmente comprometida, un tipo de realismo por el cual se entiende una instrumentalización (política) de la poesía. Como consecuencia su estética refleja una alegría optimista de ser y una fe en la comunicación y la comunicabilidad verbal. Se nota con claridad la tendencia izquierdista de los autores y su discurso artístico, condición que impregna marcadamente el carácter documentario de los textos. Frente a la estética transparente de la poesía pura juanramoniana, Blas de Otero ve al destinatario de sus poemas en las inmensas masas. La poesía es, para Gabriel Celaya por ejemplo, un recurso y una herramienta para transformar el mundo entero.
Los miembros del llamado grupo de „los poetas del 50” vuelven a entonar una voz marcadamente personal e intimista en la década de los sesenta. Se percibe ahora una búsqueda por la propia perspectiva artística: la censura y una tensión ideológico-política que les rodea aún les impiden el libre acceso a los cánones prevalentes en los países de habla francesa, alemana o inglesa. Al mismo tiempo, se presentan sistemas y preceptivas de la poesía que son muy distintos al código realista. El poeta y editor catalán Carlos Barral ya en 1953 publica un ensayo (”Poesía no es comunicación”) en el que aboga por la ilimitada autonomía del significado del texto artístico, subrayando el carácter alógico e irracional de la obra poética. Es una característica de los años sesenta, que la función denotativa se coloque a la esfera de la experiencia subjetivo-personal como, por ejemplo, al conocimiento sobre la monotonía cotidiana de la vida normal”. El discurso lírico se funde con el conocimiento y experiencia poéticas. En la poética esencialista de José Ángel Valente la tensión entre el silencio y el signo lingüístico (sonido, voz) la que define el poema como „conocimiento haciéndose”.
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La propuesta de la primera fase de nuestra empresa ha sido principalmente cuestionar la validez de la deconstrucción de la oposición binaria P/C o rechazarla para siempre y optar por una interpretación del concepto en tanto metáfora funcional dentro del discurso económico, político y sociocultural. En relación a esto (y entre otras cosas), hay que llamar la atención sobre una característica general de las literaturas nacidas en la periferia o en situaciones política, económica o socialmente subordinadas. A consecuencia de su posición particular, las enunciaciones estéticas producidas por una comunidad minoritaria, consciente o inconscientemente, otorgan a sus obras literarias un carácter fuertemente (sobre)politizado[3]. Quiero decir que hasta la afirmación más banal y cotidiana se traslada a la dimensión de la política ya que se interpreta dentro del contexto de conceptos como identidad, derechos, autonomía, (in)dependencia y especialmente libertad o falta de la misma, censura, etc. Volviendo al modelo cognitivo que utilicé en el primer tomo, este contexto podría denominarse como un espacio mental tanto hipersensitivo como hiperactivo dotado de una extrema sensibilidad a temas como libertad, opresión, independencia, autonomía, migración, asimilación lingüística, etc. Se trata de procesos de decontextualización o recontextualización que regulan los mecanismos de la construcción o atribución del sentido. Claro está que muy difícilmente sólo pueden distinguirse estas dos operaciones desde el punto de vista semántico-cognitivo de la recepción. Como en situaciones minoritarias, el término comunidad significa mucho más que un grupo de personas, con razón pueden considerarse tales mecanismos, procedimientos de desconstrucción de una comunidad interpretativa tanto en la escritura como en la lectura. En lo que a la recepción y la historia efectual se refiere, la oposición de Centro y Periferia, así como la conciencia de ser marginado y subordinado a lo mayoritario, a lo más prestigioso y a lo dominador existe como un esquema cognitivo de significados e interpretaciones (sobre)politizados en la mente del lector-intérprete. En este aspecto, es incluso el propio discurso político un importante entorno de recepción y producción, aunque sería exagerado afirmar que es la política la que constituye este contexto tan notorio porque en este caso estaríamos en un círculo vicioso. Parece obvio que a la hora de trazar un paralelo entre minoría/mayoría (p.e., dentro de una formación estatal) y perifería/centro (dentro de un entidad política o entre distintas formaciones político-económicas), sin abandonar el ámbito de la literatura nos enfrentamos casi siempre con las cuestiones de la lengua y del uso del lenguaje, proyectadas otra vez sobre las categorías de la política.
Son particularmente los autores latinoamericanos los que ilustran muy bien la importancia „geográfico-espacial” de la ubicación central en el canon. Se trata del guión bien conocido según el cual la persona en cuestión solicita y recibe la permanencia (o la nacionalidad) en uno de los países del centro canonizador. Claro está que al comienzo sólo puede ser residente o inmigrante de primera generación: su existencia sigue periférica. No es fácil de articular el problema da la identidad transnacional tal como lo hace la puertorriqueña Judith Ortiz Cofer. Mientras su padre muere en EE.UU. cargando consigo todos los dolores de la migración, ella simplemente se lleva la isla en el interior de su alma[4]. Seguramente es muy distinto el „guión” del peruano Mario Vargas Llosa quien vive en Europa utilizando un pasaporte español.
La identidad es múltiple, plural y varía según la persona o la comunidad. Sobre su estructura multiforme últimamente ha llamado la atención el profesor Randolph Pope (de Charlottesville/Virginia y de orígen chileno-británico-norteamericano) a la hora de aludir a Amin Maalouf, autor libanés de religión cristiana cuya lengua materna (primera) es el árabe[5]. Maalouf vive en París, escribe y publica en francés y en 1993 es galardonado con el prestigioso premio Goncourt. En su libro titulado Les identitées meurtrières (1998) define la estructura básica de la identidad de personas que viven en complicadas situaciones sociales como el conjunto de las más diversas pertenencias (multiples appartenances) del individuo. Evidentemente, un papel decisivo pueden desempeñar en estas situaciones factores como el miedo, la amenaza y el sentirse amenazado, la violencia, así como el instinto por sobrevivir etc. La lengua, la religión y la nacionalidad son unas de estas pertenencias o vinculaciones que para Maalouf no son categorías exclusivistas por estar en constante variación durante toda la vida del ser humano. En alusión a la novela La región más transparente del mexicano Carlos Fuentes (que es una de las primeras obras del boom registradas por el canon occidental) y para ilustrar las diferentes identidades culturales dentro del Imperio Austro-Húngaro, es el profesor István Fried quien llama la atención acerca de la frase tan frecuentemente citada: „...el origen es una creación” que tiene una naturaleza mixta y múltiple[6].
Se le reprochaba al difunto Jacques Derrida que en su ensayo-memorias o memorias-ensayo „El monolingüismo del otro” siente una nostalgia invencible precisamente por aquella lengua (el francés de Argelia en una situación fundamentalmente colonial) que, según dice en el primer capítulo, nunca había sido suya por ser dominada por el dueño o el colonizador. Cabe afirmar que al contrario de la opinión de Herder o Wilhelm von Humboldt, tampoco hoy pueden ser las lenguas lógica y necesariamente equiparadas con los símbolos más relevantes y decisivos de la identidad. Basta pensar, por ejemplo, en William Butler Yeats, uno de los mejores poetas en lengua inglesa durante la primera mitad del siglo 20.
Tras haber leído el ensayo de Edina M. Sándorfi (Sándorfi P/C 1; 142, uno muy fácilmente entiende el trasfondo de la declaración de Elfriede Jelinek, premio Nobel de 2004, a quien no le gustaba ser una flor en el agujero de la Austria oficial. Es una actitud muy semejante a la de Thomas Bernhard quien me recuerda que en la literatura española posfranquista apenas encontramos una figura tan decididamente provocadora y desilusionadora. A veces se lee que en la literatura de la ”postransición” aún no se han escrito las narrativas sobre la época de Franco que sean realmente sinceras y auténticas tanto estética como moralmente. Digo narrativas en plural, porque hace tiempo ya que no se piensa en una obra de gran formato intelectual, o sea, una novela clave.
Al concluir su estudio sobre la literatura de lengua eslovaca afirma Krisztián Benyovszky P/C 1; 24 que „lo mismo que el libro de gran éxito de Pál Závada, al lector de etnia húngara en Eslovaquia le da un goce especial porque contribuye a la comprensión más matizada y precisa de las dos lenguas/culturas”. La obra mencionada también es una lectura muy aleccionadora para un lector húngaro, procedente de una familia eslovaca de la comarca de Békés. Las últimas quince páginas blancas tienen numeración de 439 a 444. Se constituye así un epílogo increíblemente denso debido al vacío de la incomunicación artístico-lingüística dentro del mundo ficticio de la novela. Sin embargo, dicha condición vacua bien puede enfrentar al lector húngaro de etnia eslovaca con su propia asimilación lingüístico-cultural[7]. Ya sé, hay renacimiento étnico, revitalizacón lingüística, re-adquisición de la lengua... Para terminar y a propósito del significado antroponímico del apellido Osztatní (último) cito uno de los comentarios del narrador de la novela Jadviga párnája, en la que éste lleva el habla, es decir, la lengua al habla como la „pregunta por el ser mismo”: „Que se queda hasta morir. (En la muerte no se queda nada. Ni siquiera una vocal: Szmrty.)”
[1] Szûcs,J.: Vázlat Európa három történeti régiójáról. Magvetõ, Budapest, 1983. [2] Hassan, I.: From Postmodernism to Postmodernity: The Local/Global Context . En Philosophy and Literature (25), 2001/1.
[3]
Véase Deleuze, G. – Guattari, F.: Mi a kisebbségi irodalom? [1975] (trad. al
húngaro por J. Karácsonyi). EX [4] Véase Faymonville, C.: New transnational identities in Judith Ortiz Cofer's autbiographical fiction. MELUS, 2001/2. pág. 129. [5] Pope, R. D.: Resisting the Global: The Importance of the national for a Comparative History of Iberian Literatures. Neohelicon, (30), 2003, 2. 81. [6] Fried, I.: ”...az eredetiség alkotás”. Nemzetképek – nemzettorzképek Kelet-Közép-Európában. En Olasz, S. (ed.): „Honnan jövünk? Mik vagyunk? Hová megyünk?” Ezredvégi kérdések a Tiszatájban. Tiszatáj könyvek, Szeged, 2000. pág. 175. [7] Véase aquí mi escrito: Vankúsik moj! Narratív stratégia és szlovák kétnyelvûség Závada Pál Jadviga párnája címû regényében. En Borbély, A. (ed.): Nyelvek és kultúrák érintkezése a Kárpát-medencében. MTA Nyelvtudományi Intézete, Budapest, 2000. 121. |
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